WILLIAM J. R. CURTIS.
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El Pritzker ha surgido en un periodo en el que no hay un estilo o ideología dominante, en el que los arquitectos siguen ampliando, transformando, invirtiendo, e incluso manierizando la herencia de la arquitectura moderna anterior. Actualmente hay pocos arquitectos de primera categoría en el mundo, y los dos "maestros" indiscutibles ya tienen más de 90 años: el danés Jorn Utzon (Pritzker en 2003) y el brasileño Óscar Niemeyer (que tuvo que conformarse con medio Pritzker en 1988). El pluralismo predominante es positivo para el premio, porque le permite buscar cualidades diversas por todas partes. En ocasiones ha sido presa de modas pasajeras; en otras ha intentado ser serio y ha perdido oportunidades de identificar la verdadera calidad. El sistema actual de estrellas internacionales corre el riesgo de explotar el Pritzker y reducirlo a una "marca" de lujo en el mercado global de producciones cada vez más rápidas y superficiales. Si el Pritzker hubiera existido hace 20 años, es de suponer que se habría concedido a "maestros del movimiento moderno" como Le Corbusier, Alvar Aalto, Mies van der Rohe y Louis Kahn. En comparación con ellos, habrían salido mal parados arquitectos peores que vinieron después. La extravagancia formalista que es el Museo Guggenheim de Bilbao, diseñado por Frank Gehry (Pritzker en 1989), se torna insignificante al lado de la capilla de Ronchamp de Le Corbusier (1953), con su mágica fusión de forma, significado, espacio y luz.
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