
Hace unos años Pablo Escobar -el conocido narcotraficante colombiano- decidió adquirir una gran extensión de terreno en el cerro del Envigado cercano a su ciudad natal: Medellín (sitio donde acabó construyéndose la Cárcel de Máxima Seguridad en la que tiempo después estuvo preso y luego huyó con un nutrido grupo de reclusos).
Escobar buscaba promover su imagen como culta y respetable, construyendo y donando a la ciudad un gran centro cultural, con universidades, bibliotecas, teatros, museos, etc. Para lograrlo decidió acudir a uno de los arquitectos más notables y reconocidos del país: Rogelio Salmona.
Inicialmente la propuesta fue presentada por un grupo de abogados norteamericanos, pero la magnitud del proyecto generaba suspicacias y resultó claro quién estaba detrás del proyecto.
Aceptar, significaba aceptar asociar de por vida su nombre –y su persona- al narcotráfico. Negarse, implicaba exponerse a una previsible reacción del capo. Ante el grave dilema, el arquitecto se decidió: no acepto porque éticamente estoy en desacuerdo con el origen del capital. Poco después una hermana de Escobar insistió de su parte sobre el significado social y los valores culturales que la obra aportaría a la comunidad.
Pablo le concedía quince días para reconsiderarlo.
La tentación no logró vencer a la virtud y, al cumplirse el plazo Salmona reiteró su posición y su negativa.
Ante esta decisión, la hermana indicó que deseaba transmitirle un recado de Pablo:
-Mi hermano está seguro que en sus viajes usted ha estado en la ciudad de Florencia ¿verdad?
-Desde luego.
-
Y presume que usted admira mucho esa ciudad...
-Sin duda.
-Por eso a Pablo le intriga su actitud y le interesa saber ¿qué piensa usted que hubiera sido de la ciudad de Florencia y del Renacimiento Italiano si Miguel Angel, por razones éticas, se hubiera negado a trabajar para la familia Médici? Y usted ¿cree que los Médici fueron mucho mejores que nosotros?
*Publicada en este blog en octubre del 2007
Comentarios
Publicar un comentario