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Ductus Vs. Ducto

por Juan Lanzagorta Vallín.
A partir del mes patrio, las autoridades de Vialidad y Transporte del estado de Jalisco han empezado a darle atención a la avenida Presidente Adolfo López Mateos. Intentan, con ello, ofrecer a la ciudadanía una solución al problema de la movilidad que se padece a lo largo y ancho en esa arteria vial, en especial, en la parte que corresponde al sur de la ciudad.
Para esto, han decidido transformar la avenida en ciernes en un viaducto, con el propósito de que los automovilistas puedan trasladarse sin obstáculos de un lado a otro de la ciudad, tal y como fluyen las aguas de riego por un canal, el gas por un gasoducto o el agua potable por la tubería.
La palabra viaducto —según el Diccionario de la Lengua Española— se deriva del latín "via, camino, y ductus, conducción. Obra a manera de puente, para el paso de un camino sobre una hondonada", lo que no ocurre en nuestro caso, salvo en aquellos lugares en que la propia avenida López Mateos es cruzada a nivel de superficie, precisamente por los viaductos resultantes de los pasos a desnivel deprimidos (u hondonadas) construidos, unos recientemente y otros hace ya algunos años.
No deriva pues esta palabra del vocablo ducto, que significa: conducto, canal, tubería, como al parecer así lo entienden nuestras autoridades. Si así fuera, nuestras autoridades deberían estar pensando en hundir toda la avenida López Mateos para permitir, bajo tierra, el libre flujo de los automóviles y, sobre la superficie, el cruce de los peatones sin obstáculos ni puentes elevados a los que le seguirá la instalación de barreras entre los carriles de circulación, para obligarlos a utilizar las inoperantes estructuras elevadas, discriminatorias de ancianos, niños, mujeres con hijos pequeños y personas con capacidades diferentes.
En realidad, lo que las autoridades están intentando lograr con esta clase de medidas, que parecen desesperadas antes que planeadas, es transformar una vía de circulación primaria en una vía de circulación rápida que sirva momentáneamente para agilizar el tráfico vehicular de norte a sur de la ciudad. Con ello, se busca paliar los problemas de tránsito provocados por el crecimiento irregular de la ciudad en esta zona ocasionado, en parte, por los fraccionamientos de lujo recientemente construidos sobre dicha avenida —sobre todo en Tlajomulco—, los cuales carecen inexplicablemente del equipamiento urbano reglamentario, lo que obliga a sus moradores a trasladarse necesariamente a diversas horas del día hacia la ciudad y a convertirse en juez y parte de la problemática vehicular que hoy agobia a toda la urbe.
Resulta igualmente grave el hecho de que nuestras autoridades, en vez de percibir esta situación como una oportunidad para establecer medidas de fondo al problema de la movilidad urbana en la Zona Metropolitana de Guadalajara, continúan empeñadas, a pesar de la oposición ciudadana, en deambular sobre la superficie de la ciudad privilegiando el uso del automóvil, relegando a un segundo término al peatón e ignorando la corrupción existente en el ámbito inmobiliario, con la que históricamente han sido y siguen siendo consecuentes.
Pero no sólo eso: un ejemplo más de la ineficiencia con que se ha estado abordando este problema, es la estrategia centrada en la simulación in situ: desde hace décadas existen los simuladores virtuales que ayudan a detectar y esclarecer problemas, así como a anticipar soluciones sin exponer a las personas con medidas costosas, peligrosas, molestas e inesperadas. En especial, cuando los resultados obtenidos son los mismos que la observación cotidiana y el sentido común proporcionan a todo ciudadano y funcionario responsables.
Al igual que los rescates bancario o carretero, con la vía rápida se pretende que los ciudadanos paguemos un rescate más: el abuso de los fraccionadores y funcionarios del pasado reciente, quienes incumplieron sus obligaciones en materia urbana y han provocado, en parte, el caos vial que hoy se vive esta zona de la ciudad, lo que es inadmisible. Otro problema importante que incide de manera importante en todo este asunto es el relacionado con los propietarios del transporte público, quienes tienen tomada como rehén a la ciudad desde hace décadas, ante la debilidad de las autoridades para poner orden en esta materia.
El problema de la movilidad y del transporte en la ciudad es un asunto grave cuya solución depende del involucramiento tanto de las autoridades como de los habitantes de la metrópoli. No obstante, bajo el panorma actual, quizá fuera mejor dejar que la situación entre en una mayor crisis, con el propósito de que los primeros se obliguen a elaborar un plan estratégico de movilidad, a implementar acciones firmes y de largo plazo orientadas a la solución de fondo de este problema y a conciliar el desarrollo urbano con el del transporte colectivo; en tanto que los segundos modifiquemos nuestros hábitos de vida con respecto a la movilidad y vayamos adquiriendo una cultura urbana que nos ayude a mejorar nuestra calidad de vida.

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