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El núcleo central del problema.


El papel reservado al automóvil en la movilidad urbana es el punto de fricción mas común en cualquier discusión al respecto. Para algunos se trata simplemente de mantener, mejorar o extender el uso del coche, solo modificando algunas de sus consecuencias ambientales a través de mejoras tecnológicas o apelando a la educación y cultura cívica de los ciudadanos para evitar el mal uso del vehículo. Pero para otros, lo importante es replantear por completo el rol asignado al auto en la ciudad.
En primer lugar hay límites evidentes a la generalización del uso de automoviles: por ejemplo, no existe petróleo suficiente para extender el parque y el uso del automóvil al estilo europeo-norteamericano pues se requeriría multiplicar por 6 el número de coches que hay en la actualidad en el mundo, implicaría además construir cientos de miles de kilómetros de nuevas infraestructuras. Tampoco parece muy sensato contribuir de manera explosiva al cambio climático y otras perturbaciones atmosféricas con la emisión de los gases de combustión de dicho parque automovilístico. Ademas existen otros limites en relación a la sostenibilidad local y a aspectos sociales como el deterioro de la salud derivada de la contaminación y el ruido, accidentes, estrés en el uso de las calles, reducción y perturbación de la comunicación vecinal en el espacio público, disminución de la autonomía de ciertos grupos sociales como niños, ancianos y discapacitados, etc.
El automóvil, está concebido para transportar cuatro o cinco personas y sus equipajes a media y larga distancia, con velocidades de máxima eficiencia energética al rededor de los 70 km/h. Pero la realidad es que se emplea masivamente para desplazamientos muy cortos, de una o dos personas, casi sin equipaje, a velocidades muy poco eficientes desde el punto de vista energético. Si se añade a la velocidad su tamaño y peso, el resultado es una enorme capacidad de poner en peligro y perturbar al resto de las funciones y maneras de usar las calles.
La ciudad que se hace dependiente del automóvil, como Los Ángeles por ejemplo, pierde buena parte de los rasgos de comunicación, integración social y convivencia que designan el hecho urbano. La masificación del automóvil no sólo deteriora los bienes colectivos, sino que acaba incluso destruyendo las ventajas individuales que promete el vehículo.
El debate sobre movilidad urbana sostenible deriva así en un debate sobre el automóvil. Sobre su utilización privada y, por lo tanto, masiva y sobre las alternativas existentes a su generalización.
Para evitar la dependencia del automóvil no basta con mejorar el transporte público o facilitar el tránsito peatonal y de bicicletas. La oferta adecuada de medios de transporte alternativos al automóvil es una condición necesaria pero no suficiente para garantizar el éxito de las políticas de movilidad sostenible. Hace falta además establecer mecanismos de disuasión y restricción activa del uso del vehículo privado; instrumentos sin los que los demás medios alternativos no pueden desarrollar su potencial.
El rol asignado al automóvil en la ciudad es el tema central de la movilidad sostenible. O lo cortamos drásticamente, reconociendo que debe dejar de ser protagonista de la movilidad urbana, o estaremos tratando de desatar las puntas de unos cabos mientras enredamos el núcleo central del problema.

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