Una de las principales razones por las que tantos occidentales participan en las protestas contra China es ideológica: el budismo tibetano, hábilmente divulgado por el Dalai Lama, es uno de los puntos de referencia ineludibles para esa espiritualidad hedonista New Age que se ha hecho tan popular en los últimos tiempos. El Tíbet se ha convertido en una entidad mítica en la que proyectamos nuestros sueños. Cuando la gente lamenta la pérdida de un auténtico estilo de vida tibetano, no es porque les preocupe la situación real de los tibetanos: lo que quieren es que los tibetanos sean auténticamente espirituales para nosotros, a fin de que podamos seguir practicando nuestra locura consumista. “Si estás atrapado en el sueño del otro”, escribió Gilles Deleuze, “entonces estás perdido”. Las protestas contra China son válidas para rebatir el lema de los Juegos Olímpicos chinos —“Un mundo, un sueño”— con este otro: “Un mundo, muchos sueños”. Pero también deberían tener cuidado de no encerrar a los tibetanos en su propio sueño.
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