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Para repudiar el nuevo Guggenheim.

El museo llega a Guadalajara como una promesa de fuerza regeneradora, renovación y progreso, remedio de todos los males en la ciudad. Los discursos con que se ha pretendido vender el museo a la sociedad rayan en un cinicismo e hipocresía por lo demás bastante obvios y poco elegantes: ‘acto de curación artística que convertirá a la ciudad en faro de luz a escala mundial’, han dicho empresarios y voces oficiales de la Secretaría de Turismo. El proyecto merece desconfianza y problematización de los modelos de cultura en los que se sustenta, en concreto de la promoción de una cultura atada al turismo, de la turistización de la experiencia urbana. Para el tema llega muy a cuenta el libro de Iñaki Esteban, publicado hace algunos meses en la Colección Argumentos de Anagrama: El efecto Guggenheim. Del espacio basura al ornamento. Partiendo de la noción de ‘ornamento’ en Loos y Kracauer, Esteban realiza un recorrido crítico por la historia del Guggenheim en Bilbao analizando las funciones que han sido atribuidas al museo: urbanísticas (de limpieza, regeneración y estetización del escenario que lo alberga), económicas (con el turismo y empresas relacionadas) y de filiación y legitimación política. El Guggenheim como ornamento apunta al tipo ideal de una cultura en la que su valor se mide por la capacidad de dinamizar la economía y la política, de generar grandes ingresos, de turistas, de acontecimientos sociales, de publicidad y de relaciones públicas.

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en A-desk por NIZAIA CASSIÁN YDE


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