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El futuro de la conurbación metropolitana

Por Román Munguía Huato
Publicado en La Jornada Jalisco, 13 Dic 08




Con lucidez modesta, el gran escritor argelino-francés Albert Camus decía que “cuando alguien nos pregunte qué ha hecho cada uno de nosotros frente a los terribles males del mundo, deberíamos responder: para empezar, no agravarlos. Si esto nos parece poco, mal síntoma…”.

Helvetius (Claude-Adrien; 1715-1771), el gran filósofo francés del siglo XVIII, en su obra Del espíritu, en su Tratado del hombre, denuncia con firmeza los grandes males que deben ser corregidos en las sociedades modernas: “La infelicidad casi universal de hombres y naciones surge de las imperfecciones de sus leyes y de la distribución demasiado desigual de sus riquezas. Hay en la mayoría de las sociedades sólo dos clases de ciudadanos; una de ellas carece de lo necesario, mientras que la otra nada en superfluidades. Si la corrupción de la gente en el poder nunca es más manifiesta que en las épocas de mayores lujos, ello se debe a que en estos momentos las riquezas de una nación son recogidas en el menor número de manos”. Esto es más vigente que nunca.

En efecto, si aquí hablamos de los grandes males contemporáneos conviene, como dijo Camus, para empezar no agravarlos; sin embargo, también podemos decirlo claramente: pesimismo de la razón, optimismo de la voluntad. ¿Cuál es el futuro (inmediato o mediato) de nuestras grandes ciudades mexicanas, por ejemplo Guadalajara? Esta es una pregunta obligada si queremos empezar a resolver sus grandes problemas sociales. En realidad no existen problemas urbanos sino problemas sociales; por tanto, si queremos empezar a resolverlos, debemos resolverlos socialmente. Solamente reconociendo los problemas metropolitanos como sociales podemos empezar a solucionarlos de manera integral y social. Todo lo demás es metafísica pura, aunque haya decenas de planes y programas de desarrollo urbano y de ordenamiento territorial inoperantes, pues la ciudad, tal como existe hoy día, seguirá su marcha desordenada mientras sigan funcionando las estructuras económicas, sociales y políticas actuales.

Cada año, la Zona Metropolitana devora 600 hectáreas para uso urbano, actualmente tiene 45 mil hectáreas, pero la incorporación de este territorio no se da bajo formas racionales y planificadas porque, por ejemplo, muchas de estas hectáreas son de alta productividad agrícola y se convierten en una plancha asfáltica. Para el año 2030 la superficie metropolitana será de 64 mil hectáreas (18 mil más a las actuales). El proceso de conurbación de Guadalajara con los demás municipios hubiera podido planificarse adecuadamente; sin embargo, la absorción de una vasta extensión territorial ha respondido más bien a los dictados de los intereses y ganancias de la promoción y la especulación inmobiliaria y, desde luego, a la falta de voluntad política de las autoridades gubernamentales.

La ciudad es expresión material y cultural de la sociedad actual; es la manifestación física del orden o desorden social imperante. En consecuencia, si la ciudad, su proceso de urbanización caótico, es una proyección de la sociedad en que vivimos, su futuro también será una proyección de la sociedad futura que nos espera. Entonces podemos decir que el futuro de la ciudad será el de la sociedad futura o, lo que es lo mismo, el futuro de la sociedad también será el futuro de la ciudad.

¿Qué sociedad y qué ciudad nos depara el porvenir? Esta es una buena pregunta que no es fácil de responder, pues no existen bolas mágicas de cristal. Sin embargo, tratemos de hacer algunas conjeturas al respecto: Hoy día la mayor parte de la población mexicana se concentra en las ciudades. La mayoría es población urbana. Esto significa que cerca de un 75 por ciento de la población total mexicana vive en centros urbanos, y una gran parte de este porcentaje vive en grandes ciudades, habita en zonas metropolitanas. Hoy día la población nacional es de alrededor de 100 millones de mexicanos; lo peor de todo es que aproximadamente un 80 por ciento de esta población son mexicanos pobres, según el destacado especialista en la materia Julio Boltvinik. Nuestras ciudades, pues, concentran un gran número de habitantes, pero también concentran pobreza y riqueza. Son expresión material de una gran desigualdad social. Como todos sabemos, México, desde hace mucho tiempo, es un país lleno de marcados contrastes sociales. Y esta desigualdad se agudiza más en los tiempos actuales. La llamada globalización económica neoliberal está causando estragos por doquier y haciendo proliferar males sociales. En las próximas décadas la población aumentará, especialmente en las grandes ciudades, y con ello se incrementarán, lamentablemente, los problemas inherentes a esta forma de desarrollo social. Guadalajara metropolitana, según datos oficiales, tiene actualmente cerca de 4 millones de habitantes, para el año 2009 tendrá 4 millones y medio, al año 2010 tendrá 5 millones, al 2030 concentrará entre 7 y cerca de 8 millones. La conurbación de Guadalajara es con los municipios de Zapopan, Tlaquepaque, Tonalá, El Salto, Juanacatlán, Tlajocumulco de Zuñiga e Ixtlahuacán de los Membrillos.

Los principales males sociales urbanos son múltiples: desempleo y subempleo masivo, delincuencia y violencia social, contaminación ambiental, falta de suministro de agua potable, creciente déficit de servicios públicos, equipamientos colectivos (escuelas, hospitales, mercados, etcétera) e infraestructura urbana, falta de vivienda y suelo urbanizable adecuado, falta de reservas territoriales, déficit de áreas verdes, recreativas, deportivas y culturales, transporte deficiente, contaminante y caótico, asentamientos irregulares, especulación inmobiliaria, riesgos potenciales de estallidos subterráneos como el 22 de abril, etcétera. Sin duda se trata de una situación catastrófica. Para algunos esto sería una visión exagerada y apocalíptica, para otros esta ciudad es el mejor de los mundos posibles: un mundo feliz; un mundo urbano que nos ofrece el mejor espacio para comprar y disfrutar de la era cibernética y de la Internet.

No obstante, sería ilusorio no reconocer que vivimos tiempos difíciles. Estamos en una sociedad en crisis y, por tanto, vivimos en una ciudad en crisis. Parafraseando a expertos en la materia como Jorge Hardoy y David Satterthwaite: Sin un cambio radical en política urbana, esta primera década del siglo, como fueron las dos décadas pasadas, será una década perdida para la mayoría de la gente que vive en las grandes ciudades. Esto significa que, de no haber cambios de fondo en la política en general, en este caso en materia de políticas territoriales a través de una reforma urbana integral, seguiremos padeciendo, la mayoría de la población, una década perdida: el futuro, al parecer, nos alcanzó.

Lo anterior presupone que, mientras no existan las condiciones reales de una verdadera planificación urbana y de profundos cambios estructurales económicos para un modelo de desarrollo social progresivo, seguiremos viviendo en un verdadero desorden urbano dentro de una ciudad metropolitana cuyos espacios, salvo algunos oasis placenteros y lúdicos, y no me refiero a las islas del consumismo desaforado sino a los espacios públicos de convivencia social y de apropiación pública. La ciudad será la de los espacios sociales de convivencia y de identidades ciudadanas abiertas, tolerantes, plurales, democráticas y lúdicas o no será ciudad. Si no inventamos formas políticas para detener el creciente deterioro metropolitano que es resultado, entre otras cosas, de la apropiación particular de los espacios abiertos y públicos, nuestras ciudades se fragmentarán cada vez más en espacios sinónimos de la individualización exacerbada, ajena a las relaciones sociales y al mundo ciudadano de la polis democrática.

Debemos hacer el esfuerzo por tener ciudades dignas para una vida digna para todos los ciudadanos. La ciudad abierta y en armonía la hacen los ciudadanos, especialmente aquellos que hacen que esta ciudad pueda vivir; especialmente aquellos que trabajan y hacen que esta ciudad pueda latir incesantemente. Aquellos que la construyen cotidianamente, pero que no gozan de sus beneficios.

Humanizar las ciudades, es decir, tener ciudades humanizadas es el gran reto del futuro inmediato para los habitantes de este siglo en ciernes. Humanizar las ciudades es humanizarnos nosotros mismos y (re)construir el tejido social. Pero esto requiere de una verdadera participación de toda la ciudadanía en la vida política: que haya una nueva voz y decisión efectiva de la gente participando en los asuntos públicos. Esto significa que la expresión gubernamental no será otra que la de los propios ciudadanos.

Colaboración aportada por: Profesor Román Munguía Huato, investigador del Centro de Estudios Metropolitanos (CEMET).

Responsable de la publicación: José Fernando Estrada Godínez, vocero de Comunicación Social del Parlamento de Colonias de la Zona Metropolitana.

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