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Un planeta de metrópolis

Por Ramón Fernández Durán
Ecologistas en acción.



Los seres humanos han tardado más de 150.000 años en ser 1.000 millones (se alcanzó esta cifra en torno al año 1830), y poco menos de 200 años en añadir 5.000 millones más. El grueso de este crecimiento demográfico se ha concentrado en la segunda mitad del siglo pasado: la población mundial prácticamente se cuadriplicó, pasando de 1.600 a 6.200 millones de habitantes. Este crecimiento no hubiera sido posible sin la explotación de los combustibles fósiles. Más en concreto sin el petróleo, que fundamentalmente ha contribuido a incrementar la capacidad de carga sobre el territorio, garantizando el abastecimiento y el funcionamiento de un mundo en proceso acelerado de urbanización.

Porque, paralelamente, la urbanización del planeta se ha disparado en estos últimos 100 años, pasando de un 15% en 1900, unos 250 millones de personas, a cerca del 50% en 2000, esto es, más de 3.000 millones de personas. Mientras que la población total se multiplicaba ‘sólo’ por cuatro en 100 años, la población urbana se multiplicaba más de 12 veces en el mismo periodo. Y este ritmo se aceleró sensiblemente en los últimos 50 años del siglo, al tiempo que el oro negro se convertía en el régimen energético dominante a escala global. No en vano tres cuartas partes del petróleo global se consumen en las áreas urbanas, especialmente en las metrópolis de los espacios centrales (occidentales).

Si consideramos la población de las principales ‘ciudades’ del mundo, o mejor dicho las metrópolis, el crecimiento fue aún mucho más intenso. En 1900 había unas diez metrópolis en el planeta que sobrepasaban el millón de habitantes, la práctica totalidad de ella en los países centrales. En 2000 había ya unas 400 metrópolis que superaban el millón de habitantes, y de ellas cerca de 70 ‘megaciudades’, o regiones metropolitanas, que excedían los diez millones de habitantes. Y en la actualidad hay ya casi 500 metrópolis millonarias. De éstas, unas son ‘ciudades globales’ centrales, otras son ‘megaciudades miseria’ periféricas, y otras, en los grandes Estados ‘emergentes’ combinarían una mezcla de ambos extremos. Unas cinco de estas grandes conurbaciones se sitúan por encima de los 20 millones de habitantes: México DF, Sao Paulo, Seúl, Tokio y Nueva York. México DF, él solito, tiene un volumen de población (unos 24 millones) similar a toda la población urbana que existía en el mundo al inicio de la Revolución Industrial.

Las dinámicas urbanizadoras han ido adoptando un carácter cada vez más disperso o en mancha de aceite, generando la llamada ‘ciudad difusa’ o ‘ciudad estallada’, provocando un impacto territorial sin parangón en la historia de la humanidad.

El Sur se urbaniza

En su expansión y propagación, la forma metrópoli se manifestó en la primera mitad del siglo XX especialmente en los países centrales, y muy en concreto en Occidente. En 1900, las principales metrópolis, eran Londres y París, seguidas de cerca por Nueva York. La ‘ciudad vertical’, que implicaba un intenso consumo eléctrico, se iría extendiendo por los espacios centrales. En la segunda mitad del siglo, en cambio, la forma metrópoli va a proliferar principalmente en el Sur y especialmente en los Estados periféricos emergentes. Destaca el caso de China, donde desde hace algo más de dos décadas se está dando el mayor proceso de migración de masas y de urbanización que el mundo haya conocido jamás, con centenares de millones de personas migrando en pocos años desde el interior del país hacia las metrópolis de su fachada del Pacífico.

Todo ello ha hecho que en la actualidad el grueso del crecimiento urbano-metropolitano desde el punto de vista demográfico se dé en el Sur, y fundamentalmente en torno al Pacífico y al Índico, en el Este y Sudeste de Asia. Sin embargo, aunque las principales metrópolis centrales no ocupen ya muchas de ellas los primeros lugares del ranking en cuanto a población, se siguen manteniendo en cabeza (todavía) en cuanto a importancia económica y sobre todo financiera. No son comparables las grandes metrópolis del centro y las megaciudades periféricas, pues en estas últimas, más de la mitad de su población en muchos casos vive hacinada en situaciones de absoluta miseria, en tejidos urbanos enormemente degradados y sin ningún tipo de servicios. Más de 1.000 millones de personas, de los más de 3.000 millones que habitan en áreas urbanas en el mundo, viven en esos gigantescos tejidos de infravivienda, habiendo sido expulsadas la gran mayoría de ellas hacia las megaciudades periféricas por la ‘modernización’ forzada del mundo rural. En algunos casos, como en Colombia, manu militari.

Hay otras importantes diferencias entre los territorios del centro y de la periferia del nuevo capitalismo global. En los espacios centrales en torno a las cuatro quintas partes de su población habita en áreas urbanas, teniendo una muy baja población empleada agraria (menos del 3% en EE UU, algo superior al 5% en la UE, y algo similar acontece en Japón). La agricultura que se da en estos espacios centrales es casi en su totalidad una agricultura sin campesinos, altamente industrializada, y fuertemente dependiente del petróleo, que utiliza una mano de obra inmigrante. En los espacios periféricos sin embargo la situación es enormemente diversa. Así, tenemos desde Estados agroexportadores como Argentina o Brasil con porcentajes de población urbana parecidos a los espacios centrales, en torno a un 80% del total, con gran presencia del agrobusiness; a grandes Estados como India y China que a pesar de su fortísimo crecimiento urbano todavía más de la mitad de su población habita en el mundo rural tradicional. Si bien este mundo está siendo fuertemente desarticulado y se ve cada vez más afectado por la agricultura industrializada. Y finalmente, existen aún espacios periféricos en Asia, África y en menor medida América Latina, donde una amplia mayoría habita todavía en los mundos campesinos e indígenas que sobreviven. Éste es el mapeo a brocha gorda de los procesos de urbanización en el mundo.

Ahora bien, estos procesos no se producen de forma natural, sino que son impulsados desde las estructuras de poder, están activados por la lógica del mercado que los promueve, están condicionados por las dinámicas territoriales y poblacionales históricas previas sobre las que operan, y son tributarios de un enorme consumo de energía fósil, que es la que los hace factibles.

Por ello, el inicio del fin de la era de los combustibles fósiles pondrá fin a la expansión urbana a escala mundial. El declive energético impactará con especial fuerza en las metrópolis y sobre el transporte motorizado y la agricultura industrializada. Las metrópolis pasarán de ser los puntos fuertes del territorio a convertirse en sus enclaves más frágiles e ingobernables. Es por ello por lo que muy seguramente veremos a medio y largo plazo una regresión hacia un mundo menos urbanizado, menos industrializado y menos globalizado, así como más ruralizado y más ‘localizado’.

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