
Aunque fué declarada la ciudad más contaminada del mundo en los años 90, la Ciudad de México ha perdido ya esa triste medalla. Los ciclistas ya no deben pedalear con mascarillas protectoras, y los pájaros no se desploman muertos en vuelo. La capital del país se ha convertido en modelo de políticas públicas para la mejora del aire urbano. Quién lo hubiera imaginado.
En la segunda ciudad más poblada del mundo habitan 20 millones de personas y circulan cuatro millones de vehículos, causantes del más de 70% de las emisiones contaminantes. La nube parda de esmog que la impregna se ve favorecida por su ubicación geográfica: un valle encajonado en un anillo de volcanes. Sus 2,240 metros de altitud sobre el nivel del mar propician que los combustibles se quemen peor y liberen mayor cantidad de partículas. Por si fuera poco, a esas alturas los rayos solares "cocinan" las emisiones, desencadenando reacciones químicas que acentúan su efecto letal.
Sin embargo, los niveles de plomo en la atmósfera descendieron en un 95% desde 1990, mientras el dióxido de azufre se redujo un 86%, el monóxido de carbono en 74% y los niveles máximos de ozono en 57% desde 1991. Todo ello hizo posible que 2008 haya sido el año con más días limpios (170) de los últimos 22 años, según anunció la Secretaria del Medio Ambiente del Distrito Federal, Martha Delgado. Las metrópolis más irrespirables han pasado a ser Beijing, El Cairo, Nueva Delhi y Lima. La ciudad de México ha conseguido estar por debajo de otras 30 ciudades.
¿Cómo le hicieron? Entre las medidas adoptadas figura la introducción de la gasolina sin plomo y la obligatoriedad de los catalizadores en los vehículos nuevos. Se elevó asimismo la calidad del combustible diésel, cuyas emisiones de azufre pasaron de 800 a 50 partículas de azufre por millón (p.p.m.).
Y ahí no acabó la cosa: se cerró una gran refinería contaminante, se reubicaron fábricas fuera del valle y se pasaron al gas natural las centrales térmicas que funcionaban con combustóleo. Además, se aplicó el "hoy no circula" obligando a los autos más viejos y deteriorados a circular sólo seis días a la semana, con lo que salen de circulación 320.000 automóviles. Por último, se creó la ecoguardia, una policía ecológica que castiga a golpe de multas a los motociclistas y automovilistas cuyos tubos de escape infrinjan la ley.
Queda mucho por hacer. Las partículas y el ozono continúan muy por encima de los valores considerados tolerables por la Organización Mundial de la Salud (OMS). En la Zona Metropolitana del Valle de México mueren cada año 4.000 personas por causas ligadas a la contaminación, especifica la secretaría de Medio Ambiente. Y en una muestra de lo complicada que sigue siendo la situación, en las pasadas fiestas navideñas las autoridades instaron a la ciudadanía a no encender fogatas ni a utilizar pirotecnia.
Las autoridades se han fijado metas más ambiciosas, como reducir a 15 p.p.m. las emisiones de azufre del diésel e incentivar la conversión al gas de los motores de gasolina. Más difícil se perfila la solución al reto planteado por los enjambres de vendedores callejeros que cocinan alimentos con carbón.
La ciudad de México ofrece un doble ejemplo: uno positivo (de cómo se puede mejorar el aire en las grandes ciudades con voluntad política); y otro negativo (de que no deberíamos llegar al extremo de usar mascarillas para decidirse a tomar las medidas necesarias): este último ejemplo, sobre todo, convendría tenerlo muy en cuenta en nuestra cada vez más contaminada Guadalajara.
En la segunda ciudad más poblada del mundo habitan 20 millones de personas y circulan cuatro millones de vehículos, causantes del más de 70% de las emisiones contaminantes. La nube parda de esmog que la impregna se ve favorecida por su ubicación geográfica: un valle encajonado en un anillo de volcanes. Sus 2,240 metros de altitud sobre el nivel del mar propician que los combustibles se quemen peor y liberen mayor cantidad de partículas. Por si fuera poco, a esas alturas los rayos solares "cocinan" las emisiones, desencadenando reacciones químicas que acentúan su efecto letal.
Sin embargo, los niveles de plomo en la atmósfera descendieron en un 95% desde 1990, mientras el dióxido de azufre se redujo un 86%, el monóxido de carbono en 74% y los niveles máximos de ozono en 57% desde 1991. Todo ello hizo posible que 2008 haya sido el año con más días limpios (170) de los últimos 22 años, según anunció la Secretaria del Medio Ambiente del Distrito Federal, Martha Delgado. Las metrópolis más irrespirables han pasado a ser Beijing, El Cairo, Nueva Delhi y Lima. La ciudad de México ha conseguido estar por debajo de otras 30 ciudades.
¿Cómo le hicieron? Entre las medidas adoptadas figura la introducción de la gasolina sin plomo y la obligatoriedad de los catalizadores en los vehículos nuevos. Se elevó asimismo la calidad del combustible diésel, cuyas emisiones de azufre pasaron de 800 a 50 partículas de azufre por millón (p.p.m.).
Y ahí no acabó la cosa: se cerró una gran refinería contaminante, se reubicaron fábricas fuera del valle y se pasaron al gas natural las centrales térmicas que funcionaban con combustóleo. Además, se aplicó el "hoy no circula" obligando a los autos más viejos y deteriorados a circular sólo seis días a la semana, con lo que salen de circulación 320.000 automóviles. Por último, se creó la ecoguardia, una policía ecológica que castiga a golpe de multas a los motociclistas y automovilistas cuyos tubos de escape infrinjan la ley.
Queda mucho por hacer. Las partículas y el ozono continúan muy por encima de los valores considerados tolerables por la Organización Mundial de la Salud (OMS). En la Zona Metropolitana del Valle de México mueren cada año 4.000 personas por causas ligadas a la contaminación, especifica la secretaría de Medio Ambiente. Y en una muestra de lo complicada que sigue siendo la situación, en las pasadas fiestas navideñas las autoridades instaron a la ciudadanía a no encender fogatas ni a utilizar pirotecnia.
Las autoridades se han fijado metas más ambiciosas, como reducir a 15 p.p.m. las emisiones de azufre del diésel e incentivar la conversión al gas de los motores de gasolina. Más difícil se perfila la solución al reto planteado por los enjambres de vendedores callejeros que cocinan alimentos con carbón.
La ciudad de México ofrece un doble ejemplo: uno positivo (de cómo se puede mejorar el aire en las grandes ciudades con voluntad política); y otro negativo (de que no deberíamos llegar al extremo de usar mascarillas para decidirse a tomar las medidas necesarias): este último ejemplo, sobre todo, convendría tenerlo muy en cuenta en nuestra cada vez más contaminada Guadalajara.
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