
De la boca hacia afuera, todos podemos estar de acuerdo en la ciudad que queremos tener. Una habitada por gente feliz, en la calle, en las plazas, en los parques. Una muy arbolada y donde todos puedan realizar sus actividades a criterio, productivas o no. Una con niños jugando y gente desplazándose libremente en el medio de transporte que prefieran. Una sin discriminación, que estimule el pensamiento y la creatividad de las personas. Una con aire limpio, agua bebible, seguridad en la calle y ¿por qué no? con flores por doquier.
Conducir a Guadalajara a este estado de ciudad idílica, es el objetivo de la Declaración de Guadalajara para una Movilidad Sustentable (www.consejomovilidad.org) producto del recién terminado Congreso Internacional Hacia Ciudades Libres de Autos. De la boca hacia adentro, pues, con implicaciones para casi todos: La solicitud de moratoria a la construcción de infraestructura para autos implica arrebatarle el dinero fácil a decenas de empresas constructoras habituadas a financiar campañas políticas.
Detener el irracional crecimiento horizontal implica obligar a desarrolladores de vivienda a encontrar fórmulas creativas para generar utilidad con proyectos desarrollados sobre terrenos con costo real y a lidiar con la interminable cantidad de trámites que implica construir en centros patrimoniales o residenciales.
Los planes parciales tendrán que ajustarse necesaria y paulatinamente a usos de suelo mixtos y más densos que favorezcan el desarrollo de economías locales que otorguen cercanía. La deseable mayor densidad habitacional en los barrios parece imposible cuando uno escucha a las asociaciones vecinales defendiendo zonas estrictamente habitacionales, como se les vendieron en los años sesenta, sin darse cuenta de la posible depreciación inmobiliaria en la que podrían caer Providencia o Chapalita si no se abren definitivamente a usos mixtos y reducen la dependencia en el transporte automotor.
Las mini-ciudades amuralladas o cotos que tanto daño han hecho al tejido urbano se presentan como alternativa de seguridad ante una realidad de violencia habitual cada vez más desenfrenada, pero lo único que hacen es multiplicar el problema vaciando las calles de frente a largos muros creando las exclusas antidemocráticas que conocemos.
Por otro lado, las mejoras al transporte, y Guadalajara lo sabe bien, se ven bloqueadas por absurdos intereses políticos y empresariales. Transitar hacia un sistema ordenado de transporte público convencional implica aceptar por parte de los transportistas cierto control gubernamental y mecanismos de pago por kilómetro recorrido y no por boleto pagado como tan convenientemente ha sido hasta ahora. La definición de ejes troncales de movilidad, tipo Tren Ligero o Macrobús, es en términos reales una decisión que además de elementos técnicos debe pasar por toda una serie de laberintos políticos entre sindicatos, mafias, comerciantes y partidos políticos, que rara vez es llevada a buen término.
Deberíamos estar concientes de que para cumplir sólo con el mínimo recomendado de áreas verdes en una ciudad, Guadalajara necesitaría una cruzada heroica que multiplique por dos los parques existentes y una masiva reforestación que reponga el arbolado perdido en los últimos años por Macrobús, por el Puente Atirantado, y ahora, por el túnel complementario en Av. Niño Obrero y por el puente vehicular sobre Av. Ávila Camacho. Es frustrante ver cómo, en cambio, dos administraciones supuestamente rivales, la de Guadalajara y la de Jalisco, se empeñan en lo mismo: destruir nuestros escasos parques para dar paso a más infraestructura vehicular.
Brincar todos estos obstáculos para transitar a una mejor y más sustentable ciudad implica además de campañas educativas, estudios, debates y mucha voluntad; un gran acuerdo social entre todas las partes que incluya el entendimiento de los problemas del otro y reconozca la complejidad de nuestro sistema de convivencia. La política nos guste o no es más necesaria que nunca, si queremos pues, una ciudad con flores por doquier.
Original en Milenio Jalisco
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