
Es fácil hacer la analogía entre Guadalajara ciudad y una adolescente confundida e inexperta que no sabe lo que quiere, que un día dice o hace algo y al día siguiente simplemente cambia de opinión y navega en dirección contraria, incluso contra sí misma.
Seguramente habrá quien tras varios viajes en auto al centro y padecer la falta de lugar para estacionarse piense que la construcción del macro estacionamiento de 940 cajones que realiza el gobierno del estado en plena plaza tapatía será la solución al problema. No lo es. La apertura de nuevos cajones de estacionamiento en el centro genera un incremento en la asistencia al centro en auto, es decir incrementará la demanda de espacio de circulación para tránsito motorizado en las calles aledañas, ya de por sí saturadas. La lógica de atender la demanda incrementando la oferta simplemente no aplica aquí. El parque vehicular nunca detiene su crecimiento, pero el espacio de tránsito no se puede expandir indefinidamente, tanto por la capacidad de las calles, como por la carga presupuestal que representaría.
La ciudad no se puede entender como un mero supermercado. Además el colapso vial que tiende a incrementarse genera daños colaterales que van mas allá de la mera congestión: se deteriora la posibilidad de que el espacio público funcione como punto de encuentro entre ciudadanos, genera zonas de abandono que incrementan índices delictivos e inseguridad, se incrementan los accidentes vinculados al tráfico, genera contaminación atmosférica y auditiva y en general disminuye la calidad de vida.
La administración municipal actual contrató y pagó un proyecto de accesibilidad preferencial para el centro histórico que promueve políticas de movilidad exactamente opuestas al incremento de oferta de cajones de estacionamiento. El centro requiere urgentemente intervenciones físicas de mejoramiento de condiciones peatonales, reubicación y ordenamiento de rutas de transporte público, zonas de tránsito ciclista, definición de horarios de carga y descarga, pero sobre todo reducir, limitar y encarecer los espacios de estacionamiento, tanto los existentes en el espacio público con estacionómetros e incremento de las multas correspondientes, como los existentes en espacios privados estableciendo los costos mínimos a cobrar por hora, como medida disuasoria del uso del auto.
Puede sonar poco popular, sobre todo para los sectores políticos más tradicionales, pero ya no es un asunto de opciones personales. Es un asunto meramente matemático. Ya es hora que nos demos cuenta que nuestros hábitos de transporte tienen que adaptarse de algún modo que hagan posible que en el futuro sigamos realizando nuestras actividades habituales.
Caminar, andar en bici, usar el transporte público son alternativas al uso del auto perfectamente posibles en más de 90 por ciento de los viajes al centro. Esta transformación necesaria de nuestra cultura de movilidad es equiparable a la que vivimos hace tres décadas cuando se cambió la noción de agua infinita a una cultura de cuidado del líquido. Ahora, es importante que uno a uno entendamos la imposibilidad de que todo siga funcionando con base en la movilidad por auto. Simplemente no es posible.
Pero, consolidar alternativas de movilidad requiere además de una ciudadanía participativa, informada y demandante, acciones de gobierno encaminadas a ello. Tanto el gobierno del estado como el municipal tienen en su poder la información suficiente en estudios que ellos mismos han pagado para descalificar un proyecto tan nocivo para el entorno urbano del centro histórico como este mega estacionamiento de 460 millones de pesos. Lamentablemente, uno lo construye y el otro lo permite. ¿Y Guadalajara? bien, gracias.
Originalmente publicado en Milenio Jalisco.
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