
Si todos los días padecemos los problemas de movilidad que tiene Guadalajara, los días previos a Navidad, la locura se multiplica. Basta acercarse a algún centro comercial para obtener la certeza de que los tapatíos no somos precisamente los consumidores más responsables. Los centros comerciales se convierten año con año en imán de congestiones vehiculares.
Los comerciantes han tratado por décadas tener la mayor cantidad posible de cajones de estacionamiento para supuestamente facilitar el acceso de sus clientes bajo la premisa consumista de no parking, no business. Sin embargo, las enormes moles de varios pisos y las grandes extensiones de terreno cubiertas de pavimento son cada año más insuficientes que el año anterior y ahora los centros comerciales compiten por ampliar sus áreas de parking para poder seguir garantizando algún espacio para su clientela.
El mercado ha superado a las reglamentaciones municipales que exigen cajones mínimos de estacionamiento por metros cuadrados de espacio comercial. Esta exigencia solo sirve para deslindar a la autoridad de la problemática. Mientras los inspectores revisen que las “plazas” cumplan con la disposición de cajones; cosa que hacen sobradamente; y las tarifas que cobran no excedan las cuotas establecidas, entonces el gobierno supuestamente cumple. No hace mucha diferencia que el caos vehicular en las calles alrededor de los centros de consumo haya rebasado, desde hace años, la capacidad de respuesta de las autoridades.
La lógica con la que se hicieron los reglamentos actuales ya es caduca: exigir a los establecimientos atractores de viajes el suministro de cajones de estacionamiento para supuestamente liberar a los vecinos de los alrededores de la molestia que significa una sobre demanda de espacios ha resultado ser una política que estimula el uso del automóvil indiscriminadamente. Otro gallo cantara si en lugar de cajones mínimos, los reglamentos establecieran cajones máximos permitidos en establecimientos comerciales y se establecieran cuotas especiales aplicables en las licencias municipales por cajón extra, aunado claro, a una reducción de cajones públicos en los alrededores y colocación de estacionómetros con tarifas altas que garanticen que prevalezca la paz en los barrios circundantes.
Poco a poco, se irían equilibrando intereses, es decir el comerciante seguiría procurando tener cajones al frente de su negocio pero al valorar el costo municipal del cajón extra en su esquema de beneficio sus decisiones tenderían a ser más equilibradas y paulatinamente veríamos centros comerciales tratando de aumentar la accesibilidad a sus puntos de venta por otros medios. Veríamos interés real de los comercios en colocar espacios seguros para bicis, en contar con una ciclovía segura cercana, en mejorar los accesos peatonales, en asegurarse de que los sistemas de transporte público pasen cerca o en contar con sitios de taxis a su alrededor. El usuario común, como ha sucedido en diversos lugares del mundo, pronto adaptaría sus hábitos a las alternativas que se le ofrezcan, creando un círculo virtuoso tendiente a reducir los problemas de congestión, de calidad de aire, de uso del espacio público y de la infinidad de etcéteras que una movilidad más inteligente provoca.
La sinergia que los establecimientos comerciales pueden llegar a tener con una movilidad más sustentable en la ciudad podría convertirse en un detonador importante dada la influencia que ejerce el sector comercial en la ciudad. Ojalá llegue el día en que autoridades y comerciantes sean capaces de darse cuenta que ya no es un asunto solamente de beneficio mutuo, sino de hacer viable el futuro.
Parroquial: Si en estas fiestas toman, por favor, no manejen. O mejor aún: no manejen y punto.
Publicada originalmente en Milenio Jalisco.
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