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Guadalajara vacía




Los días de asueto son siempre una excelente tentación para salir a pedalear los rincones de la ciudad y reconocerlos deshabitados. Durante los días santos, el ajetreo habitual es sustituido por escenarios despoblados y silencio.

Da igual, si pasas por debajo del puente atirantado, que si recorres las plazas de Analco. Si te sientas en alguna banca por los Arcos o si solo caminas, por donde sea, entre un parque y otro. Basta sumar la ausencia de prisa con unos audífonos y música de violonchelo para evocar las imágenes poéticas de sillas vacías de los últimos tres minutos de la película del ‘95 Before Sunrise de Richard Linklater. No hay nadie. La ciudad es solo lugar.

Al pasar por afuera de la cantina de los Famosos Equipales, en el barrio del Santuario, recuerdo una conversación que tuve ahí, en el mismo 1995, con tres artistas. El más joven, al menos diez años mayor que yo. De esos fanfarrones que creen que la cultura la hacen ellos y que en el fondo solo buscan sobresalir para vender más. En aquel entonces eran pintores relativamente reconocidos en el medio, y digo entonces, porque dos de ellos fallecieron, uno de VIH, que a mediados de los noventa aún mataba gente, y el otro por suicidio después de años de depresión. El tercero, aunque le perdí la pista hace mucho, sé que se la ha pasado de rehabilitación en rehabilitación.

Hablábamos del futuro de la ciudad. Yo trataba de explicarles mi presentación final de la materia de urbanismo: la ciudad virtual. Les planteaba un futuro en el que todos viviríamos dentro de una realidad alternativa informal diseñada para satisfacer todas nuestras necesidades emocionales una vez que hayamos desarrollado la capacidad tecnológica para abandonar lo biológico y ser entes de comunicación e información que potenciarán significativamente la inteligencia humana. La relatividad de valores estaría resuelta al ser previamente diseñada y la ciudad virtual otorgaría todos los satisfactores necesarios para hacer feliz al individuo y al colectivo de individuos, incluidas condiciones de caos, si así se requiriera.

Un año antes de que apareciera Google y cuatro antes del estreno de The Matrix en cines, aquello les sonaba extremadamente descabellado. Producto quizá, de la mente sobre-hollywoodizada y pasada de granadina de un morro insolente. Los tres, defendían la experiencia física como fundamental para las emociones humanas. No habría identidad, por ejemplo, sin color. Y el color entra por los ojos. Para ellos, la experiencia a través de los sentidos no podría tener sustituto, ni entonces, ni nunca. La ciudad se limitaba a la experiencia individual de cada quien y la comunicación entre ciudadanos era secundaria y aleatoria. El caos era fundamental y habría que controlarlo paulatinamente con tolerancia, pero nunca desaparecerlo, permitiendo siempre la posibilidad de sorpresa. Y en gran parte tenían razón, pero no en todo.

17 años después, las redes sociales virtuales nos han demostrado la capacidad de incrementar la inteligencia de manera colectiva. Poco a poco, facebook o tuiter, nos han ido conectando con personas con las que compartimos rasgos comunes y al intercambiar información e ideas nos hemos ido haciendo más comunes aún. No iguales, solo comunes. En idioma claro, pero también en emociones, en conocimientos, en aspiraciones. Virtualmente, cedemos en algo, confiamos en alguien, compartimos pensamientos o emociones y paulatinamente nos transformamos. Nos hacemos más tolerantes con el otro e incrementamos, a diferencia de la generación anterior tan limitada por el auto y la televisión, nuestra interacción social.

Pero a esa comunidad en la que nos hemos descubierto le falta la experiencia real, la experiencia a través de los sentidos y el encuentro social en el espacio público, tan deteriorado por los últimos 20 años y tan necesario para la construcción del futuro. De esa necesidad han salido los movimientos urbanos que pretenden recuperar la ciudad, entendiendo que, recuperar la ciudad implica recuperar la interacción entre individuos, el fortalecimiento de rasgos comunes y el incremento del nivel de tolerancia entre semejantes. En el fondo, la construcción de ciudad, no es más que un acto de amor al prójimo con un poco de salsa y aguacate.

Pero la ciudad no está constituida por materia, aunque la experiencia física la necesite. El espacio físico solo sirve para albergarla y su construcción puede ser un proceso mucho más complicado de lo que parece, quizá más parecido a Facebook que a Chandigarh.

Sigo pedaleando esta Guadalajara vacía. En las bancas de los parques, no hay parejas ni besándose ni discutiendo, no hay niños en los columpios, las fuentes están apagadas y las aceras solas. Casi no hay autos, la mayoría de los cafés cerraron y los que abrieron lucen sus sillas vacías. Y si no hay nadie, la ciudad es solo un lugar ajeno. No hay ciudad sin nosotros.



Originalmente publicado en el blog "Hora de Movernos" en La Jornada Jalisco.

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