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Los vidrios ya estaban rotos



Basta caminar por casi cualquier banqueta de la ciudad para darse cuenta de la poca importancia que nuestra sociedad otorga a la ley. Las banquetas siempre están invadidas por autos y sólo pocos ciudadanos se atreven a recriminar el acto al automovilista, la inmensa mayoría suele tolerar la infracción como si se tratara de un acto de mera descortesía. No lo es.

Pero los autos en la banqueta son sólo la base de toda una cadena de profundas irregularidades de una sociedad que francamente tolera el abuso sistemático de unos contra otros. Así se trate del vertedero de contaminantes en un río, de la quema de bosques para ejecutar desarrollos inmobiliarios, de abusos policiacos en contra de ciudadanos ejerciendo su derecho al uso de la calle y su libertad de expresión o del despliegue de las fuerzas militares desatando una guerra sangrienta que lleva 80 mil muertos y ha normalizado las imágenes de violencia en el imaginario colectivo.

No parece, o al menos yo no lo veo por ningún lado, que exista algún canal institucional para resolver los abusos constantes. Las instituciones son francamente inoperantes.

En Jalisco; y en el resto del país la situación es poco diferente; los partidos están, todos, rebasados. La opción institucional para hacer política que pueda conducir a la resolución de conflictos se convirtió en un mero tráfico de lealtades y conveniencias de empoderamiento, en extremo alejadas de los problemas reales.

El instituto de transparencia hace todo por no tener que transparentar, la Auditoría Superior no audita a nadie y su titular logra aferrarse al puesto a pesar de las evidencias presentadas por múltiples grupos de ciudadanos, la comisión de derechos humanos se convirtió en un elefante blanco burocrático e inoperante, las instituciones encargadas de organizar las elecciones aprendieron a hacerse de la vista gorda ante las onerosas e ilegales diferencias entre las campañas políticas. La pasada legislatura, secuestrada por grupos de poder, blanqueó las arcas del Congreso sin que nadie sepa que pasó. El sistema judicial parece incapaz de llevar a criminales reales a la cárcel. 

La mayoría de los medios, con cinismo absoluto, se apegan a la media y no cumplen más función que consolidarse como bloques de poder. Mediatizan lo pequeño y banal, criminalizan a quien atenta contra su status quo, e informan a medias dependiendo la lealtad que deban.

Es ante este contexto que se dan las manifestaciones del #YoSoy132Gdl. Un grupo bien intencionado de mayoritariamente jóvenes, que han venido a recordarnos porqué el auto no debe invadir la banqueta en primer lugar, porqué urgen mecanismos para resolver los conflictos reales o porqué una elección no puede ser justa en el contexto de inequidad en el que se dio.

En lo personal, no creo que la violencia deba ser nunca una opción para la protesta social y estoy seguro que la mayoría de ellos tampoco lo creen. Lo que sí creo es que #YoSoy132gdl tiene que entrar en un proceso de reflexión sobre lo ocurrido el sábado, que desemboque en alguna estrategia ante un sistema que ansía estigmatizarlos como vándalos. No lo son.

Por otro lado, la sociedad conservadora de esta ciudad debe darse cuenta que si bien el primero de diciembre pasado se rompieron algunos vidrios, muchos, si no es que todos, ya estaban rotos.


Originalmente publicada en Milenio diario.

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