El gobernador del estado se ha comprometido, en su discurso de toma
de protesta, a entregar al menos 200 kilómetros de ciclovías en el área
metropolitana durante su administración. Si bien 200 km no es tanto para
una red de vías ciclistas interconectadas en Guadalajara, tampoco se
puede decir que es poco. Para poder medir si el esfuerzo de una
administración en el tema es en realidad suficiente, o no, tendríamos
que remitirnos a la pregunta original: ¿para qué diablos hacer
ciclovías?
Si bien la seguridad del ciclista es un argumento fundamental que no
debe ser desestimado, la realidad es que andar en bicicleta en la ciudad
no es tan inseguro, considerando que se estima que se realizan 212,000
viajes diarios en bicicleta y se han contabilizado solo 116 decesos en
los últimos 4 años y medio. Un accidente fatal cada poco más de 3
millones de viajes. Además, la seguridad del ciclista pasa más por la
consolidación de una buena cultura vial dirigida a todos los usuarios de
la calle; especialmente a conductores del transporte público y a
automovilistas; que a la existencia de ciclovías.
Entonces: ¿Para qué hacer ciclovías?
La única justificación lógica que cabe es la implementación de esta
red dentro de un marco más amplio de movilidad sustentable integral que
tenga como fin la disminución de viajes en auto y de los efectos
colaterales de este. La red de vías ciclistas debería, para este fin;
integrarse a la red de transporte público; acompañarse por estrategias
de zonas de accesibilidad preferencial y de tráfico reducido; contar con
sistemas de préstamo de bicicletas públicas; respaldarse en campañas de
socialización y concientización; y complementarse con programas
restrictivos al uso del auto, tanto aumentando el costo de su uso, como
delimitando el espacio de circulación vial y de estacionamiento.
En la ciudad, cerca del 86 por ciento de los viajes; aquellos de
personas no discapacitadas en distancias menores a 6 kilómetros; se
podrían realizar en bicicleta. Y aunque sería ingenuo pensar que así se
realizarán, 35 por ciento de los automovilistas se dice dispuesto a
sustituir el automóvil por la bici en algunos trayectos, si existiese la
infraestructura apropiada. Si solo una décima parte de ellos
cumplieran, el efecto en el tráfico sería mayúsculo y la ciudad notaría
una mejoría inmediata tanto en términos de congestión vial como en
términos ambientales. Gran negocio para la ciudad si se toma en cuenta
que una red ciclista de estas características sería más barata que, por
ejemplo, una obra como el puente atirantado.
Una vez entendido el fin, tendremos mayor claridad para poder medir
el éxito o fracaso de una política ciclista en la ciudad. Antes de hacer
200 km de ciclovías, que podrían no servir de nada, deberíamos
preguntarnos qué queremos lograr: ¿Cuántos viajes ciclistas diarios
queremos tener? ¿Está entre los objetivos de esta administración
duplicar o triplicar los viajes en bici? ¿Cuántos de estos viajes
sustituyen viajes en auto? ¿Cómo se planea estimular los viajes en bici?
¿Qué beneficios ambientales se pretende medir?
Hacer 200 km de ciclovías, a lo loco, suena fácil y podría ser hasta
contraproducente si las decisiones no son acompañadas por metas reales
que beneficien a la ciudad. Al final no importará si se hicieron 100 o
300 km sino los beneficios que lograron y ahí es donde hasta ahora, no
se ve como.
Originalmente publicado en Milenio.
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