Si bien proveer de seguridad vial a ciclistas y peatones está más
vinculado al desarrollo de una cultura vial que garantice el respeto
entre los diferentes usuarios de la calle, el desarrollo de vías
ciclistas seguras e infraestructura para la bici debe estar orientado a
incrementar el número de viajes ciclistas en la ciudad.
El reto de transitar hacia una movilidad sustentable –y por ende más
eficiente– tiene como único objetivo reducir los viajes en vehículo
automotor e incrementar los viajes en otros medios de transporte,
esencialmente en transporte público y en bicicleta. En ambos casos el
gobierno debe construir la política pública orientada a que esto suceda.
De estas alternativas, la más viable en términos presupuestales y
sencilla de ejecutar es el desarrollo de redes de vías ciclistas
seguras. Un presupuesto similar al del puente atirantado, por ejemplo,
sería suficiente para consolidar una red de casi 500 kilómetros de vías
ciclistas con un costo de poco más de un millón de pesos por kilómetro,
considerando ciclovías confinadas, carriles compartidos, ciclobandas
barriales y carriles de preferencia ciclista.
Una red así provocaría en poco tiempo un incremento medible de viajes
en bicicleta. No es descabellado, con la promoción adecuada, establecer
como meta pasar del 2% de viajes ciclistas que se realizan en
Guadalajara actualmente, al 10% de viajes en bicicleta. Aunque nadie
duda que las mejoras al transporte público sean esenciales en una
política orientada a la movilidad sustentable, un incremento de viajes
de 8% en transportes colectivos nos costará al menos cinco veces más.
Pero más allá del costo de ejecución y de los obvios beneficios
ambientales que provocaría la reducción de viajes en automóvil –estamos
hablando de miles de toneladas cúbicas de contaminantes atmosféricos– la
proliferación de bicicletas en la ciudad traería consigo otra serie de
beneficios a la ciudad difíciles de medir.
Los ciclistas, como los peatones, ejercen una apropiación real del
espacio público y generan una percepción de seguridad en la calle
multiplicando los ojos vigilantes. La bicicleta como elemento habitual
en los contextos urbanos suele fomentar las relaciones humanas de
cercanía entre vecinos y colabora en la restitución del tejido social.
Las zonas con alto tráfico ciclista y peatonal suelen desarrollar
mejores condiciones urbanas que favorecen al comercio y la
productividad. Las personas que usan la bicicleta habitualmente suelen
ser menos propensas a enfermedades y las ciudades con mayores
porcentajes de ciclistas son las que presentan menores problemas de
obesidad y diabetes. Las calles con mayor tráfico ciclista suelen
reducir significativamente la posibilidad de accidentes fatales. Las
bicicletas no generan ni emisiones atmosféricas contaminantes, ni ruido.
En Guadalajara el 92% de los viajes en automóvil podría realizarse en
otro medio y el 32% de los automovilistas se dice dispuesto a usar la
bicicleta si existiera la infraestructura apropiada. La pregunta tiene
que dejar de ser ¿por qué hacer ciclovías? Cuando deberíamos
preguntarnos ¿por qué no las hemos hecho?
Originalmente publicada en Diario Milenio.
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