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Bicicletas y democracia



Si bien es evidente que una ciudad que logra aumentar el porcentaje de viajes que se hacen en bicicleta mejora en automático muchas de sus condiciones ambientales, el incremento del tráfico ciclista en las calles trae consigo otra serie de beneficios de índole social de los que rara vez se habla: la multiplicación de ojos ciudadanos en las calles suelen ser un elemento que potencializa la percepción de seguridad; el proceso de habitar físicamente la ciudad suele traducirse en una constante mejoría del espacio público; las relaciones de cercanía suelen incrementar el consumo en mercados locales y fortalecer la economía barrial. 

 Pero de entre todos los beneficios que provoca la bici hay uno que me parece de mucha mayor nobleza, en especial en un contexto como el mexicano que padece de una histórica segregación social multiplicada durante las últimas décadas por condiciones urbanas poco favorables y la sobrepoblación de automóviles y las barreras urbanas que ha provocado. 

 La interacción entre ciudadanos que la bicicleta provoca puede convertirse en la cimentación de la reconstrucción del tejido social. El encuentro callejero, el saludo entre vecinos y el restablecimiento de las condiciones para que nuestra sociedad logre recuperar la capacidad de diálogo entre diferentes; son sin duda las más grandes virtudes de un proceso de recuperación del espacio público, como el que la agenda ciclista representa. 

 De fondo, exceptuando los temas ambientales, nuestra sociedad no necesita bicicletas en las calles a priori. Lo que necesitamos es generar las condiciones urbanas que propicien el diálogo, que reconstruyan el tejido social y que fortalezcan las condiciones reales del ejercicio democrático. La bicicleta, en este sentido, es solo la herramienta. 

Somos muchos, cada vez más, los que quisiéramos de la noche a la mañana ver a nuestra ciudad llena de bicicletas, con vías ciclistas seguras por todas partes y comunidades barriales emergentes con economías locales vibrantes y menos dependientes de factores externos. 

Pero vamos a requerir mucha paciencia. 

Detener la rueda que por décadas ha venido girando a favor del automóvil ha sido y seguirá siendo un proceso lento y complicado que implica no solo transformar la ciudad sino la manera en que los ciudadanos entienden su ciudad. Y no todos tienen porque entender a la primera los beneficios que una política a favor de las bicicletas les traerá. 

 El único camino es el diálogo, el acuerdo democrático, el entendimiento sincero de las diferencias. El reconocimiento de que la ciudad es de todos y no solo de aquellos que saben. Transformar la ciudad por una más humana, ni puede, ni debe ser, nunca, una imposición tecnocrática arropada por el poder. 

Hay que impulsar el uso de la bicicleta para provocar el diálogo, no al revés.


Originalmente publicado en Milenio.

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