Si bien existen muchas cuestiones que la Ley de Movilidad y
Transporte, aprobada por todas las bancadas políticas en el Congreso,
dejó fuera y podrían ser criticables a bote pronto; también hay que
reconocer que, en el entramado de negociaciones políticas que implica la
aprobación de una ley de estas características, la ley logró establecer
algunas cosas significativas que, bien aprovechadas, podrían ser
herramientas reales de transformación positiva de la manera en que nos
desplazamos en la ciudad.
Una de las más rescatables es la que enfatiza el artículo 6to: Se
establece la preferencia al peatón y al ciclista sobre usuarios de
vehículos motorizados; entiéndase motocicletas y automóviles. La ley
obliga a promover el uso racional del automóvil y a ordenarlo. Esto,
bien reglamentado y normado, podría derivar en un cambio significativo,
para bien, tanto en el desarrollo de infraestructura vial como en los
hábitos de movilidad de las personas.
El artículo 8vo. vuelve a hacer énfasis en el derecho de preferencia
a peatones y ciclistas y obliga a que reglamentos y normas que emanen
de la ley garanticen esta preferencia. Nada menor.
La mención constante a la bicicleta y al ciclista como usuario de la
vía pública, por sí misma, obliga a que los reglamentos y normas
analicen a fondo cómo otorgar a los vehículos no motorizados las
herramientas para hacer esos derechos efectivos. Esto tendrá que
derivar necesariamente en un reglamento completamente diferente al
anterior que limite, de facto, los derechos históricamente arrebatados
por vehículos motorizados. Su majestad el automóvil, al menos en papel,
ya perdió terreno.
Otro elemento significativo de la ley es la creación del Instituto de
Movilidad, que llevado a buen puerto y permitiéndosele cierta inmunidad
a las discusiones de tipo político, podría convertirse en el centro de
investigación que provea del acompañamiento científico y de información
estadística que cualquier decisión política debiera tener.
Si bien una política pública de movilidad debe atravesar
transversalmente casi todos los sectores del gobierno, resulta
excepcionalmente complejo distinguir prioridades, establecer
presupuestos y hacer conciliar intereses públicos. El Instituto que
prevé la ley puede convertirse en la fuente de conocimiento que haga
frente al vacío actual de información.
Si bien es cierto que la ley pudo ser mejor, también es cierto que el
proceso de aterrizaje de la ley puede proveer los instrumentos reales
para provocar un cambio histórico en la manera que entendemos la
movilidad en la ciudad. Pero este cambio necesita contar con la voluntad
política de diversos actores y una gran habilidad de gestión para
consolidar lo logrado.
A discreción, pues.
Originalmente publicada en Milenio diario.
Pues si, esperemos que no quede solo en papel. Es realmente indignante que no se haya respetado el reglamento anterior y sería una burla que el nuevo sufra el mismo destino.
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