
Antes que nada es importante aclarar que el casco ciclista, con certificación de seguridad y usado apropiadamente, es un aditamento que en efecto protege la cabeza de posibles golpes de hasta cierta velocidad. Esta columna de ninguna manera sugiere que los ciclistas dejen de usar casco. No pretendo inmiscuirme en decisiones, que en todo caso, considero de índole personal.
Pero es diferente la recomendación de su uso, que la obligatoriedad por ley.
Hacer que el casco sea obligatorio equivaldría a prohibir la circulación de un porcentaje de ciclistas que simplemente nunca usarán casco. Un casco certificado puede tener un costo mayor a la inmensa mayoría de las bicicletas en la ciudad, así que solo por condición social, a un sector importante de la población se le estaría complicando transitar en bici.
Criminalizar a un ciclista sin casco podría, en caso de accidente con un vehículo automotor, convertirlo en responsable aún sin tener culpa alguna, solo por no usar un aditamento que, dicho sea de paso, no otorga seguridad al tránsito ciclista y que, aunque protege la cabeza, deja al descubierto la mayor parte del cuerpo del ciclista.
El uso obligatorio del casco desincentiva con mucha eficiencia el uso de la bici; Australia y Nueva Zelanda –únicos países en el mundo donde el casco es obligatorio- han mostrado una reducción de ciclistas en las calles de hasta 50%. Esta estadística es consistente con lo que ha pasado en algunas ciudades canadienses y estadunidenses que aún tienen legislaciones locales de obligatoriedad. Ni siquiera las campañas estatales de subsidio del costo del casco, que en algunos lugares han llegado hasta la gratuidad, han logrado detener esta tendencia.
Lo curioso es que una medida que pretende –equivocadamente– otorgar seguridad al ciclista acaba disminuyéndola. El principal factor de seguridad en el ciclismo urbano es precisamente la existencia de muchos ciclistas en la vía. Las ciudades que han logrado incrementar la cantidad de viajes que se realizan en bicicleta, son las que hoy presentan mejores condiciones de seguridad vial, no solo para el ciclista sino para todos los usuarios. En ninguna de estas ciudades se ha contemplado la obligatoriedad del uso del casco.
Pero entonces ¿cómo incrementar la cantidad de ciclistas en las calles y por lo tanto la seguridad? con campañas que concienticen a las personas sobre los beneficios individuales y colectivos que el uso generalizado de la bici provoca; con campañas educativas orientadas a consolidar una cultura vial favorable al respeto entre usuarios de la vía; dotando de infraestructura y mobiliario urbano que favorezca y simplifique el uso de la bicicleta; pero sobre todo, evitando normativas que compliquen la transición personal, como sería el uso obligatorio de casco.
Debemos entender que la bicicleta en la ciudad no es peligrosa per se. Nunca lo ha sido. El único peligro proviene de las condiciones urbanas defectuosas que hemos construido. Y ni es tanto, la inmensa mayoría de los ciclistas tapatíos jamás ha tenido un percance. ¿Por qué una legislación pretendería obligar legalmente al ciclista de protegerse parcialmente de las condiciones urbanas cuando lo justo sería transformar esas condiciones?
Originalmente publicada en Diario Milenio.
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