No deberíamos reducir a la ciudad al espacio físico que alberga
nuestras vidas, eso sería parcial. La ciudad implica a sus habitantes,
sin habitantes no hay ciudad posible. Lo correcto sería definir a la
ciudad como la serie de interrelaciones entre la sociedad que alberga y
el espacio físico construido.
Esa serie de interrelaciones sociales –y no los urbanistas o los
políticos- son las que en realidad producen el espacio tangible. Y
viceversa: el espacio físico construido delimita y condiciona la manera
en que nos relacionamos e interactuamos socialmente.
Transformar la ciudad, por una que favorezca condiciones de equidad,
que propicie el diálogo democrático y la pertenencia, que permita la
vida comunitaria, que otorgue seguridad a sus habitantes y por supuesto
que cuide su propia sustentabilidad –es decir, que garantice su propia
existencia en el futuro- pasa necesariamente por la transformación de
las dos partes.
Por entorno social tendríamos que entender todo aquello que nos
vincula a unos con otros: nuestras relaciones comerciales y hábitos de
consumo, las aspiraciones de los habitantes urbanos, la manera en que
nos comunicamos, las cosas que nos divierten y dan sentido a nuestras
vidas, y claro, la manera en que tomamos decisiones grupales a través
del gobierno y cómo interactuamos con cada decisión. Transformar esta
parte implica una revisión minuciosa de, desde nuestra forma de gobierno
y del sistema económico en el que estamos inmersos, hasta nuestros
hábitos –hoy tendientes a la búsqueda constante e insostenible de
confort- y la manera en que dialogamos con el vecino.
El espacio físico que construimos, es otra historia. La edificación
de la ciudad pasa necesariamente por una serie de filtros, y círculos de
poder, que permiten o no, que las transformaciones físicas se
conviertan en realidad. Y una edificación inteligente puede, no tengo
duda de eso, propiciar significativamente las transformaciones sociales
paulatinas que una ciudad como la nuestra requiere para el futuro. Pero
es imposible desconectar la edificación de su entorno social.
Poco a poco, centenas de ciudadanos –en el correcto sentido del
término y sin distinción de trincheras- hemos venido construyendo una
idea clara de la Guadalajara que quisiéramos habitar. Si bien, falta
mucho por hacer para acercarnos a la ciudad democrática e igualitaria
que soñamos y prevalecen formas de autoritarismo y dogmas en la manera
en que nos interrelacionamos; también se debe reconocer que estamos
cerca de concretar transformaciones físicas que le permitan a la ciudad
recuperar vínculos sociales naturales que la propicien.
No es poca cosa.
El futuro de la ciudad depende de lo que hoy logremos acordar y de la
manera en que decidamos canalizar nuestras energías conformando una
estrategia colectiva e incluyente que distinga, con claridad y mas allá
de filias y fobias, lo posible.
Originalmente publicada en Milenio diario.
Comentarios
Publicar un comentario