Todo el mundo pareciera estar de acuerdo en que perpetuar el modelo
de ciudad que impuso la modernidad podría acercarnos al límite de crisis
ambientales y económicas que nadie puede decir con certeza qué tan
graves podrían ser.
De un par de décadas para acá las ciudades del
mundo han buscado nuevos modelos urbanos que provoquen una mayor
eficiencia en factores tan diferentes como el consumo energético, la
dependencia económica, la convivencialidad o la felicidad de los
habitantes.
Guadalajara, la nuestra, no puede permitirse ser la excepción.
Como
cualquier ciudad del planeta, nuestra ciudad debe encontrar su propio
modo de pensarse con base en los factores específicos locales y
comparándose con experiencias exitosas en otras partes del mundo.
Hoy
sabemos que permitir mayores densidades habitacionales y usos de suelo
mixtos reducen las distancias y hacen más eficientes los desplazamientos
de personas y por lo tanto, más eficiente a la ciudad en términos de
ahorro energético, pero también en tiempo humano o en emisiones
ambientales.
Pero cada que algún valiente osa proponer planes
parciales que permitan vivienda vertical y usos mixtos en zonas
habitacionales se levanta una polémica incontenible de críticas y
acusaciones que hacen sumamente difícil repoblar y mejorar las zonas
urbanas interiores para crear las condiciones que garanticen esta
situación de cercanía barrial. A veces pareciera que esta ciudad está
buscando un suicidio colectivo vía la in-sustentabilidad.
Otro
factor clave en la construcción del futuro que parece irregulable es el
uso indiscriminado del automóvil. No hay modo de detener el crecimiento
del parque vehicular sin políticas restrictivas a su uso y sin la
generación masiva de alternativas eficientes de desplazamiento.
Y
no hay modo de generar alternativas eficientes sin distribuir
equitativamente el espacio público y mitigando los privilegios que el
automóvil ha tenido durante las últimas décadas.
Pero otra vez, si
buscamos un carril exclusivo para el transporte público con el fin de
transportar a más gente, más rápido; si robamos un carril a los autos
para albergar una vía ciclista confinada o si reducimos los espacios de
estacionamiento para ampliar una banqueta y generar condiciones de
accesibilidad y equidad urbana levantaremos una ola de críticas por
quitar espacio a la circulación de automóviles. Muchos vecinos, no
todos, simplemente son incapaces de anteponer el interés colectivo sobre
el minúsculo beneficio de su interés personal. La ciudad simplemente no
aguanta seguir siendo el promedio que dicten las diferentes
individualidades, tenemos que aprender a anteponer el sentido común.
Transformar
la ciudad implica que la sociedad que le habita –gobierno, ciudadanía,
empresarios, comerciantes, vecinos- sepa tener el valor de enfrentar
los cambios para poder seguir siendo los que somos.
Originalmente publicada en Milenio Diario.
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