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Moverse por la ciudad en bici, libera


No me refiero al libertinaje idiota, superfluo y egoísta que el sistema de consumo y las doctrinas new age promueven; ese que acaba generando desapego, desarraigo y la consecuente banalización de todo y que al final del día solo sirve para elegir entre un refresco de cola u otro.

La bici libera en primer lugar de la presión económica que significa moverse en otros medios de transporte; el usuario de automóvil está condenado a realizar pagos tributarios al sistema que controla combustibles, refacciones, mantenimiento, seguros y financiamientos; el usuario del transporte público, en otra escala, está condenado al cumplimiento del pago tarifario correspondiente. El usuario de la bicicleta está prácticamente libre de tributos económicos de los que dependa su desplazamiento.

Quien se desplaza en bicicleta con frecuencia por la ciudad, desarrolla una cierta sensibilidad a los problemas urbanos y del espacio público que otros usuarios de la calle, simplemente ignoran. Para el conductor de un auto, la ciudad es solo un escenario que se desplaza por la ventana como en un televisor: sin olores, sin texturas y sin emociones. El ciclista es libre del enajenamiento plastificado que el supuesto progreso ha traído y se vincula emocionalmente con mayor facilidad a su ciudad y al grupo social que la habita.

La bici permite aislarse de los convencionalismos sociales que el sector más prejuicioso de nuestro medio social emite. Etiquetada por décadas como un vehículo para pobres en una sociedad que solía otorgar prestigio y condición social al poseedor del vehículo más caro, la bici ha venido ganando terreno en el reconocimiento social que hoy se otorga a las personas que han venido sustituyendo viajes en automóvil por viajes en bici.

El ciclista urbano se mantiene expuesto en la vía pública, es consciente de su propia fragilidad y de la de otros, esa experiencia, con excepciones, suele formar personas más respetuosas y cuidadosas de su entorno. El automovilista simplemente se sabe protegido por una corteza metálica, su aceleración no está relacionada a su percepción del espacio y tiene una menor vinculación a su realidad humana.

El uso constante de la bici libera de culpas. El ciclista sabe que no contamina y que su movilidad no incrementa las problemáticas ambientales urbanas. Además, la bici no requiere el uso de combustibles y no atenta contra el agotamiento o encarecimiento de los precios de los recursos no renovables del planeta. El ciclista no es cómplice de la cadena de dependencias energéticas que desembocan en guerras por petróleo del otro lado del mundo.

Quien circula en una bicicleta es dueño de su tiempo de desplazamiento, ya que no es afectado por los problemas de congestión vial. Los viajes en bici, en horas pico, suelen ser más veloces que en medios motorizados.

El usuario de la bicicleta suele, paulatinamente, irse convirtiendo en una persona libre, pero no ese libre individualista tramposo que nos vende la publicidad de los autos, sino libre y común a los demás, como todos debimos siempre haber sido.



Originalmente publicada en Maspormas.

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