Por cliché y pose social populista la palabra “sustentable” se metió en todos los discursos políticos y conversaciones de, desde jóvenes revolucionarios, hasta señoras de sociedad. Por moda, una parte importante de nuestra sociedad cree expiar culpas, al tradicional modo católico de la penitencia facilita: reciclo desechables, planto un arbolito, recojo la basura, desconecto mis aparatos eléctricos.
Pero el futuro necesita mucho más.
La vida humana, como la conocemos, requiere contar con al menos cuatro recursos que le son indispensables: agua, aire, alimento y energía. Y los cuatro parecen encaminados a agotarse de continuar el derroche actual. Lo que las ciudades decidan hacer en su planeación interna será fundamental para detener ese derroche, ya que concentran, y lo harán aún más en el futuro próximo, a la inmensa mayoría de la población mundial.
El problema más grande es cómo harán esas ciudades para decidir, una por una, transformarse a sí mismas con cambios tan radicales como los necesarios. Máxime en sociedades como la nuestra; disgregadas, adormecidas, desvinculadas a lo público, ajenas a las tomas decisiones, desinteresadas por aquello que nos es común y enajenadas en la búsqueda de satisfacciones personales superficiales.
La modernidad del siglo pasado, además de haber planteado este urbanismo de distancia, baja densidad y dispersión que tanto daño ha hecho al medio por su incesante necesidad de consumir recursos; también dejó la estela de una sociedad sin aspiraciones comunes, individualizando las identidades y complicando la posibilidad de establecer acuerdos sobre aquello que nos debería interesar a todos.
Las ciudades tendrán que incrementar las densidades habitacionales para compactarse y lograr que más personas vivan en áreas más pequeñas, para lograr mayores niveles de eficiencia en los servicios públicos y en el uso y distribución de los recursos. Las ciudades con mayor densidad tienen menos problemas de movilidad al decrecer la longitud de los desplazamientos y sucede lo mismo con cualquier tipo de red de distribución de servicios.
En ciudades más densas la gente está obligada a participar más activamente en los acuerdos colectivos para generarse bienestar, se incrementa la capacidad social de ejercer el diálogo y se desarrolla una mayor dependencia solidaria entre ciudadanos, ocasionando una identidad más fuerte y más orientada a aquello que nos hace comunes.
Para muchas colonias de baja densidad en Guadalajara el proceso de incrementar el uso de suelo suele resultar escandaloso. Nadie quiere edificios en su colonia y mucho menos a más gente, las modificaciones a planes parciales suelen proteger, a capa y espada, el derecho moderno del aislamiento social: la gran barda en la fachada, el coto segregado.
No nos convertiremos en una ciudad sustentable si solo seguimos el cursi y populista acto de ir a plantar un árbol.
Hacernos sustentables significa hacer el futuro posible, y eso solo se logra dialogando.
Originalmente publicada en Maspormas.
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