No tenía treinta años cuando en un París que celebraba la arquitectura elegantemente moderna de Jean Nouvel, Dominique Perrault (Clemont Ferrand, 1953) se convirtió en el elegido de los dioses políticos. Ganó el concurso para levantar la Biblioteca Nacional de Francia y supo hacerse un hueco en la esfera internacional compartiendo el cupo de franceses elegantes. Con el tiempo, ha sabido desvincularse de esa única etiqueta gracias a su habilidad con las mallas metálicas, a su moderado número de proyectos y, sobre todo, a la variedad de sus respuestas y la evolución de sus propuestas. Eso le ha permitido mantener la carta de la intriga, vital porque evita el encasillamiento de los profesionales. No lo tenía fácil. Pero cuando en 1992 ganó el concurso para levantar el velódromo olímpico en Berlín, su rival más directo, Jean Nouvel, debió entender que la cosa iba en serio. Una exposición en el Centro Pompidou de París, la primera dedicada a un arquitecto sin el Premio Pritzker, recoge ahor...