¡Vuela hacia Avalón (mi niño de carnes)!
que de esta historia quisieran burlarse todos,
más en el viaje hacia Avalón tenemos el carro boyero de luces,
hiede a la morcilla rancia de un mueble equipal
apestado por el desastre-tabaco.
(Avalón…) y mi cabeza da de vueltas aquí,
allá y acullá;
me duele todo,
mi alma zozobra un poquillo…
(la roca impregna mis pieles,
seca ahora como la de aquel templo enmohecido,
seco el moho y secas mis carnes,
zumbido-silencio,
tirrita una ciudad en vías de la cuna,
con todos en la cama-carriola.
En Avalón hay unos símbolos sobre una vieja entrada,
símbolos iluminados por una luz efervescente,
nadie está a la puerta,
ni guardias,
ni pajes,
ni repartidores de pizzas…
Esta palabra es un bautizo:
el del recinto…
lo inauguramos con una gran bacanal hedionda,
muchas lluvias limpiarán el demonio rociado sobre sus paredes,
y quedará límpido al paso del tiempo,
iracunda cárcel de amianto,
mi querido y frío piso de amatista…
Son los deseos de un rey-paje-rey,
deseos que serán llevados a cada micra de la grande prisión
y el Cosmos le dará una pequeña pausa a su curso,
y heme allí tótem,
heme allí hito…
heme allí,
volando hacia Avalón.
Gabriel Gómez Moreno, 2002.
Guadalajara, Jalisco.
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