Los últimos 70 años han significado una expansión territorial irremediable de nuestra ciudad. El mercado ha aprovechado muy bien el surgimiento de una cultura de consumo egoísta e individualista promoviendo vivienda de baja densidad y especulando sobre terrenos de bajo costo en periferias cada vez más distantes. El área metropolitana de Guadalajara tiene una densidad de población que ronda los 1,600 habitantes por kilómetro y que en sus zonas más densas no excede los nueve mil. Nada, comparado a los 20 mil de París o a los 16 mil de Barcelona.
La construcción de distancia provoca diferentes problemáticas urbanas. Los servicios urbanos se encarecen y son más difíciles de administrar, la movilidad de la ciudad se complica al incrementarse las longitudes de los recorridos habituales y hacer inviable la existencia de transporte colectivo a zonas remotas elevando la dependencia al automóvil. Pero sobre todo el sentido comunitario de pertenencia a algo se va disolviendo tras la disminución de la interacción social en barrios dormitorio, el incremento en la inseguridad en el espacio público y la multiplicación del tiempo que pasamos al interior de un carro.
Y es justo ese sentido de pertenencia, es decir la vinculación emocional entre individuos que se identifican entre sí y con el territorio lo que constituye la ciudad. La distancia, y no solo la distancia física, sino la distancia que hemos construido entre vecinos promueve la apatía y hace que las cosas importantes lo sean cada vez menos: La banqueta, el parque, la plaza, el árbol. La interacción humana se reduce a interacciones comerciales y laborales, y después medimos la prosperidad dependiendo de qué tan aislados vivimos de los demás.
Este contexto es el caldo de cultivo perfecto para que gobiernos y empresas irresponsables, o al menos ignorantes, cometan todo tipo de errores; como la permisividad con la que se construyen nuevos fraccionamientos periféricos; autovías, túneles y pasos elevados sin fin para el paso de los miles de autos que van de ningún lado a ninguna parte; planes parciales que prohíben usos de suelos mixtos, como si fuera pecado que la colonia tuviera una escuela cerca, un parque, una miscelánea o una cafetería. Pareciera que para eso hay que obligar a los habitantes a trasladarse varios kilómetros. En fin, un círculo vicioso.
El futuro de la ciudad depende en buena medida de que tanto logremos redensificar el territorio y detener su expansión. Esto requiere políticas públicas claramente orientadas a ello: tiene que ser más rentable y sencillo para inversionistas inmobiliarios construir bloques de vivienda al interior de la ciudad, los usos de suelo mixtos deben existir en prácticamente todas partes promoviendo la vida barrial y la economía local, se deben disminuir las reservas territoriales y encarecer significativamente cualquier licencia de urbanización en zonas periféricas.
Pero para esto los ciudadanos debemos estar dispuestos a estar más cerca de nuestro vecino, a volver a preocuparnos por nuestras banquetas, por nuestros parques y a construir de nuevo un vinculo emocional con el barrio y con la ciudad a la que pertenecemos. Volver a construir cercanía pues.
Publicada originalmente en Milenio Jalisco.
Comentarios
Publicar un comentario