A principios del 2008, ya bajo el liderazgo de Benedicto XVI, la Iglesia católica presentó en voz del Arzobispo Gianfranco Girotti -número dos de El Vaticano- una serie de nuevas formas de pecados sociales, entre las que destaca el acto de contaminar.
Durante los meses siguientes, fue el mismo Papa el que realizó varios llamados a la protección del ambiente, acentuando que temas como el cambio climático se han vuelto de extrema importancia para la humanidad. El Vaticano ha instalado, con bombo y platillo, paneles fotovoltaicos en sus edificios, ha organizado seminarios científicos para entender el calentamiento global y en su reciente visita a México el Papa incluyó el tema entre los asuntos a tratar con el presidente Calderón y usó un vehículo híbrido.
Sin embargo, nada de eso es comparable a la huella de carbono que dejó la visita papal a Silao. La asistencia de 700 mil feligreses implicó la movilización de más de 13,500 autobuses y 18 mil autos provenientes de todos los rincones del país. En un fin de semana se produjeron incalculables toneladas de dióxido de carbono y se arrasaron los alrededores del parque Bicentenario para albergar semejante cantidad de vehículos. Nada que no se solucione con una confesión.
Pero las buenas intenciones de la iglesia podrían trasladarse rápidamente a los ámbitos locales. En nuestra ciudad cada domingo los templos católicos se convierten en grandes atractores de viajes. Los alrededores se saturan de vehículos motorizados y es habitual encontrar autos estacionados en doble fila, en espacios prohibidos e incluso en rampas para discapacitados.
¿Qué tan complicado sería para la iglesia tapatía recomendar a sus feligreses asistir a la eucaristía, por ejemplo, en bici? ¿Qué tan complicado sería instalar una buena cantidad de ciclo-puertos en los atrios? El uso de la bici encaja perfectamente con postulados doctrinales de la iglesia: promueve la humildad, fomenta el sentido de comunión y sobre todo no contamina.
Incluso más allá de los viajes al templo, el fomento del uso de la bicicleta desde una plataforma como la iglesia, que incluye a poco más del 90 por ciento de los tapatíos, consolidaría un efecto dominó en infinita cantidad de viajes locales. La reducción de emisiones sería más que significativa además de contribuir a reducir los efectos de la congestión vehicular.
Puede que a la iglesia se le compliquen posturas en torno a temas como sexualidad o familia, pero al menos en movilidad podría rápidamente consolidar un importante liderazgo moral de vanguardia y acorde a estos tiempos. Ojalá la nueva autoridad de la arquidiócesis tapatía este consciente de ello.
Publicada originalmente en Milenio Jalisco.
Durante los meses siguientes, fue el mismo Papa el que realizó varios llamados a la protección del ambiente, acentuando que temas como el cambio climático se han vuelto de extrema importancia para la humanidad. El Vaticano ha instalado, con bombo y platillo, paneles fotovoltaicos en sus edificios, ha organizado seminarios científicos para entender el calentamiento global y en su reciente visita a México el Papa incluyó el tema entre los asuntos a tratar con el presidente Calderón y usó un vehículo híbrido.
Sin embargo, nada de eso es comparable a la huella de carbono que dejó la visita papal a Silao. La asistencia de 700 mil feligreses implicó la movilización de más de 13,500 autobuses y 18 mil autos provenientes de todos los rincones del país. En un fin de semana se produjeron incalculables toneladas de dióxido de carbono y se arrasaron los alrededores del parque Bicentenario para albergar semejante cantidad de vehículos. Nada que no se solucione con una confesión.
Pero las buenas intenciones de la iglesia podrían trasladarse rápidamente a los ámbitos locales. En nuestra ciudad cada domingo los templos católicos se convierten en grandes atractores de viajes. Los alrededores se saturan de vehículos motorizados y es habitual encontrar autos estacionados en doble fila, en espacios prohibidos e incluso en rampas para discapacitados.
¿Qué tan complicado sería para la iglesia tapatía recomendar a sus feligreses asistir a la eucaristía, por ejemplo, en bici? ¿Qué tan complicado sería instalar una buena cantidad de ciclo-puertos en los atrios? El uso de la bici encaja perfectamente con postulados doctrinales de la iglesia: promueve la humildad, fomenta el sentido de comunión y sobre todo no contamina.
Incluso más allá de los viajes al templo, el fomento del uso de la bicicleta desde una plataforma como la iglesia, que incluye a poco más del 90 por ciento de los tapatíos, consolidaría un efecto dominó en infinita cantidad de viajes locales. La reducción de emisiones sería más que significativa además de contribuir a reducir los efectos de la congestión vehicular.
Puede que a la iglesia se le compliquen posturas en torno a temas como sexualidad o familia, pero al menos en movilidad podría rápidamente consolidar un importante liderazgo moral de vanguardia y acorde a estos tiempos. Ojalá la nueva autoridad de la arquidiócesis tapatía este consciente de ello.
Publicada originalmente en Milenio Jalisco.
Me parece excelente tu propuesta!..
ResponderBorrarEs una obligación de la iglesia validar "la obra de Dios" Si no cuidan el ambiente entonces no aman la obra de Dios (Desde mi lógica atea)
ResponderBorrarIliana Hernández