La primer etapa de bici pública que se implementará en el área metropolitana provocará 15,700 viajes diarios adicionales en bicicleta en la ciudad, concentrados en una zona determinada.
Esto puede sonar poco en relación a los 212,000 viajes que se registran diariamente, pero la presencia constante de bicicletas en una zona puntual seguramente provocará, como ha sucedido en ciudades con experiencias similares, un incremento significativo en los viajes en bicicleta privada en la misma zona.
La consolidación del sistema se dará cuando entren en vigor la segunda y la tercera etapa, ya que de definirse de dimensiones similares a la primera, multiplicará la cantidad de posibilidades de viajes exponencialmente al multiplicarse las alternativas de origen y destino de viaje, pudiendo significar hasta 6 veces más viajes que la primera. Sin contar los viajes en bicicleta privados que se incrementarían en la misma proporción.
La bici pública obligará a gobiernos y sociedad, como en todas partes en donde se ha implementado, a consolidar tres cosas: la urgente promoción de una cultura vial que incluya al usuario de la bicicleta como un derechohabiente absoluto de la calle en términos equitativos (que no igualitarios) a cualquier otro vehículo, la revisión de los reglamentos viales para garantizar esos derechos y el desarrollo de infraestructura apropiada para garantizar el tránsito seguro de los medios no motorizados.
Se ha demostrado que el aumento exponencial de tráfico ciclista es un factor fundamental para mejorar las condiciones de seguridad vial en las calles. Disminuirá la velocidad promedio en zonas barriales y desincentivará los viajes en automóvil, provocando una baja en las emisiones contaminantes de la zona, reduciendo la congestión vehicular y los índices de ruido.
La presencia de bici pública da un escaparate de promoción de la ciudad que favorece su imagen al apoyar la idea de que se trata de una ciudad que aspira a mejorarse a sí misma y mejorar su nivel de sustentabilidad. La bici pública es en sí misma un símbolo positivo que en automático se convierte en un valor agregado a la marca de la ciudad.
El aumento del tráfico ciclista además incide en la reducción de los alarmantes niveles de sedentarismo que padece nuestra ciudad. El hábito social de pedalear puede ser un factor que disminuya problemas de salud pública vinculados a la obesidad.
Además la bici pública en nuestra ciudad, no es una imposición vertical como ha sucedido en otros lugares del mundo. Su implementación responde a la demanda de decenas de grupos organizados de la sociedad civil que buscan la consolidación de una política pública en materia de movilidad que logre efectivamente reducir la dependencia en el uso del automóvil.
La bici pública debe entenderse como el primer gran paso simbólico en materia de movilidad no motorizada que obligará a la implementación de toda una cascada de políticas en la materia que difícilmente permitirá dar marcha atrás.
Es, sin duda, una victoria de la sociedad civil.
Originalmente publicado en Milenio Diario.
Comentarios
Publicar un comentario