Mucho se ha escrito sobre los beneficios individuales y colectivos que provoca el uso de la bicicleta en temas de salud, ambientales, económicos y múltiples etcéteras. Gran cantidad de problemas urbanos y de agendas gubernamentales se resuelven o disminuyen significativamente incrementando el uso de la bici, entonces pues, promovamos su uso. Esto parece fácil.
Cualquiera pensaría que fomentar el uso de la bicicleta es solamente un asunto de salir a las calles con pancartas que digan “usa tu bicicleta”, pero de fondo es un asunto mucho más complicado.
Por décadas, la bicicleta fue relegada a segundo término y se impuso sobre ella un estigma social de clase: La bici es de pobres.
Hoy, buscar que más gente la use implica renovar y revalorar al usuario de la bicicleta a través de campañas de comunicación que hagan énfasis en los valores que posee el que va a bordo de una bici. Es decir tenemos que transformar la cuestión aspiracional. El ciudadano normal debe preferir identificarse a través de su desplazamiento responsable en bicicleta, y todo lo que eso implica, en lugar de simplemente aspirar a un auto de gran lujo y potencia. En este ámbito muchas ciudades en el mundo y en alguna medida las nuestras han ido modificando esta percepción en el sentido correcto.
Las leyes y los reglamentos viales ignoraron por décadas la existencia de las bicis. Para recuperar a los ciclistas en nuestras calles es fundamental que la bicicleta vuelva a ser considerada un vehículo y como tal incorporarse eficientemente a nuestras vialidades. A todas nuestras vialidades. Si bien es importante desarrollar infraestructura exclusiva para las bicicletas, también lo es, garantizar que estas puedan circular en las calles de manera segura. El tema de existir en la ley y garantizar el respeto reglamentado de los automotores es fundamental en cualquier programa de promoción del uso de la bici.
Las ciudades deben diseñar una estructura vial que permita a los ciclistas desplazarse bajo criterios específicos y que el resto de los usuarios de la vía puedan presuponer sus movimientos. Estos criterios tienen que condensarse, tanto en la reglamentación que debe obedecer el automovilista, como en la normatividad que rija el desarrollo de infraestructura ciclista, como en los criterios de conducción que debiera seguir el usuario de la bici. Una vez que las normas estén claras, habría que invertir el dinero y desarrollar la infraestructura apropiada para la bici.
Pero es importante entender que no se trata de hacer vías ciclistas a lo loco y sin ton ni son. Habrá que ir consolidando una red que favorezca efectivamente la interconexión de orígenes y destinos. No le puedes decir al usuario a donde vaya, tenemos que lograr que de donde va y a donde va, pueda circular con seguridad en bicicleta. Y no sólo eso. La infraestructura debe considerar donde va a resguardar su bicicleta y que seguridad obtiene al amarrarla o guardarla y proveer las herramientas necesarias para hacer interactuar al ciclista con otros medios de transporte ya sea mediante portabicicletas en el autobús o con espacios especiales para ellas en los vagones del tren.
Además es fundamental educar. Las campañas de concientización y de cultura vial son la parte más importante de la promoción del uso de la bici. Es común que la gente que más conoce de las problemáticas de movilidad o ambientales sea la que más anda en bici. Y claro, también hay que salir a la calle con pancartas que digan “usa tu bicicleta”.
Originalmente publicada en Más por más.
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